El Espejo Empalmado

La mujer sentada mira su mano. Tiene sus dedos juntos en posición de cuenco. Se agacha segura y sin soltarlo estira el brazo cerca de sus pies. Suavemente abanica el recipiente con un cuidado maternal, como si de ello dependiera su respiro; mueve su mano como acariciando el pelo del agua y con ternura lo observa. La acción se completa cada dos segundos. Lo sé porque la veo, estoy frente a ella y puedo afirmar que son dos segundos lo que demorará la siguiente repetición. 

La mujer baja el brazo con su mano en forma de cuenco y dibuja un arco a centímetros del suelo. Con cuidado lo levanta, para que no se derrame el contenido y lo mira. Mira su profundidad con la vista perdida a través del espejo. Sigue la repetición como el segundero del reloj la estación, oxidado pero preciso. El agua debe estar fresca y la corriente suave. El lecho del río no se puede ver. La atmósfera idílica que irradia la pasión de la mujer en su tarea, me conmueve y me obliga a participar de manera pasiva, observando con detención sus pómulos y su atención. Tratando de percibir lo que ella siente al mirar sus ojos reflejados en ese espejo empalmado. Las húmedas hojas deben flotar sobre el agua, casi sin tocar su superficie, solo apoyadas sobre los pliegues secos sus bordes; transformándose en luces que destellan silencio y controlan la velocidad con un velo de brillos intermitentes. Todo lo que observo parece moverse en perfecta sincronía.

¿Que verá a través del espejo? - me pregunto - ¿Que pasará por su cabeza? ¿Pensará en la belleza que la rodea y en la fortuna de poder sentir el agua con la yema de los dedos? ¿Pensará quizás, en el calor del sol, que parece bendecir su cabellera con caricias generosas y que el verde chispeante del entorno impregna este momento de dulzura y se transforma en la definición más primitiva del placer? ¿O pensará que estar aquí es una buena razón para respirar profundo; un suspiro de melancolía por tiempos anteriores y amores desvanecidos, o quizás son amores venideros que se asoman pudorosos y se escapan entre sus dedos? ¿Que pensará? De eso no tengo certeza. Lo que si sé, es que ella está en un lugar hermoso, lo siento al ver su mirada envuelta en profunda admiración. Un lugar bello, bello e imposible. Mucho más bello que el lugar donde yo me encuentro, mirándola. El mismo lugar y otro a la vez. Me pregunto si el precio de vivir en el paraíso es el abismo de la ilusión, el precio es la vida misma anestesiada y saturada de pinchazos, hasta congelar la conciencia y elevarla perpetua por los aires. Me obliga a dudar de la realidad mientras sigo sentado frente a ella, dentro un vagón del metro de la línea U7 a las 7:45, en la ciudad de Berlín.

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 Publicado en revista Guacamayo #5 - Editorial Ojos de Sol, Madrid, España

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