A la hora de la muerte del sol,
cuando la respiración se prolonga
y ralentiza su ritmo.
Cuando las mejillas y parpados
abandonan la tensión de la atención,
sabiendo que pronto
yacerán sin tarea,
y caigo.
Caigo con el peso del horizonte
o de un pecho lleno
para salir ligero de aquí
y llegar a algún lugar certero.
Y cierro mis ojos,
pero siguen abiertos,
bajo mis parpados corren
locomotoras rojas
que se estrellan
contra batallones de láminas
de cristal cromado,
cromando de imágenes de palabras
y frases que hablan de paisajes
y de proyectos inconclusos,
de dudas y resoluciones
resueltas, revueltas
y me giro y respiro, y apuradas corren
locomotoras de cristal,
esta vez se estrellan
contra estrellas
cromadas por batallones rojos
iluminado por el brillo de sus esquirlas voladoras,
que mientras giran suspenden el tiempo
y arrojan fragmentos incompletos
con vestigios de espinas metálicas,
rizadas como los cuernos
de los desiertos que flotan sobre el mar
con arboles invertidos y corazones indelebles.
Y me vuelvo a girar,
feroces corren más
locomotoras de estrellas
que se estrellan con cristales
de batallones cromados
embistiendo con su vapor voraz
y desapareciendo
en medio del silencio
que predice un accidente.
Un foco alógeno se prende
o es el destello del disparo de una foto
que se asoma sobre mi hombro.
Y son todas las personas,
y todas las palabras
y todas las personas que no conozco
y todas las que voy a conocer,
desfilan como piezas de un ajedrez
con cabelleras rosa y crema de afeitar
sobre la cara de algún Antonio
detrás de una nariz hermosa
poemas escritos con grafito blando.
Me vuelvo a girar, abro los ojos para descansar
me recuesto sobre la espalda
hace horas que intento dormir.
***
Publicado en revista Guacamayo #7 - Editorial Ojos de Sol