Alimenta mi suelo, define el emplazamiento
el sitio donde plantaré mis talones
mis raíces azules se arrastran por caminos recorridos
se estiran buscando un poco de agua para levantarse
dibujan oleajes tras de mi, mientras olfatean la tierra fértil
rayan siluetas serpenteantes e intentan detenerme
intentan amarrarse a algo para no irse volando a la deriva
persiguiendo los vientos fluorescentes.
El cielo brilla como el color de mi mar, y mi cielo,
como la búsqueda, se colorea de visiones desinfectadas
nublado por la dimensión de distancias sanguinarias
y tambalea por culpa de algunos adoquines, que fríos de recuerdo,
cubren las calles donde quisiera encontrar mi hogar
Un hogar que lleve las uñas cortas, los ojos cerrados y las ventanas abiertas
por donde saluden enloquecidas centenares de cortinas arrugadas
que ondean y se mueven con desparpajo y soltura
la soltura de estos surcos nuevos, que coronan mis ojos
hace treinta años, en treinta años esas marcas familiares
se recorrerán como lo hace un rio en su lecho
mi hogar se presenta en forma liquida, asume su peso real
y se acomoda en topografías extranjeras.
Líquido es el hogar que se descuelga por mis mejillas
humedece mi presente y rápido se evapora
dejando vestigios de lengüetazos quirúrgicos
ahogado en ideas extintas, mirando al otro lado del rio
y añorando esos lugares congelados en mis cuadernos:
como comer congrio frito en traje de baño
como abrir los ojos bajo el agua del litoral chileno
como oler la leña húmeda recogida en otoño
como fumar, cocinar y tomar vino al mismo tiempo
como mi hogar humedece mi cara y la seca y la resquebraja y la revive
como el recuerdo de esa ola pulverizada en una roca
que se suspende en el cielo y me baña
y me levanta el pecho con un puño de sal fresca.
Torrentes de ese hogar nacen así de mis manos
cuando las veo envejecer se mimetizan
más rápido que antes, con colores y lunares
se manchan de años y de cortes y heridas que hacen que se vean
como las manos de mi padre abriendo el sendero de llegada.
Las manchas de mi cara refrescan viejos pasajes
hacia aquel pasado, que es mi presente que se zambulle completo
en aguas lejanas, en tierras lejanas, observa rostros lejanos
y se aproxima a mí, hasta recorrer las manos de mi mujer
y se aproxima todavía más y baña las manos de mi hija
y cae ese líquido presente sobre mis pies descalzos, bautizando mi lugar
nuestro hogar es líquido y de vez en cuando, se transforma en corriente
que corre salpicante y salta corriente, sin forma, sin tierra, sin ancla.